SI QUIERES PUEDES ESCUCHAR LA CANCIÓN MIENTRAS LEES.
AQUÍ ESTOY.
En el ratito de cada tarde,
sentado frente al teclado,
la lámpara de sobremesa
tenue y acogedora,
algo de música,
clásicos de los 70 sonando suavemente,
una bebida fresca a mi derecha,
descalzo, como me gusta
y buscando no sé qué
con lo que escribo,
en esta edad
en la que ya no soy joven
pero tampoco viejo,
y las malas noticias
comienzan a llegar.
Ya no creo en casi nada ni nadie,
estoy de vuelta de ciertas cosas
y otras me aburren del todo,
pero sigo escribiendo
sin convicción
pero por costumbre,
por rutina,
o por cariño tal vez,
sentado frente a la pantalla en blanco
a la que no sé realmente que contarle,
con esas sombras acechándome
desde la penumbra del cuarto
y el fracaso llamando a la puerta.
Ya no me importa acabar frases,
poemas
o relatos,
dejarlos para otro día más ilusionante
o desecharlos del todo;
nadie los espera;
a nadie le interesan mis frustraciones,
y ya no veo luz
en estas palabras escritas.
Tan solo soy el producto
de un pasado deshilachado
que ha derivado
en un presente insípido
y un futuro inquietante.
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