SI QUIERES PUEDES ESCUCHAR LA CANCIÓN MIENTRAS LEES.
DAY OF THE DEAD.
(El día de los muertos.)
Sosegada tarde de domingo. Aquí estoy, sentado frente al teclado, bloqueado, estrujándome los sesos intentando
escribir un relato de terror adecuado para estas fechas en las que hemos adoptado
la, en mi opinión, infame tradición anglosajona de celebrar Halloween.
De momento he conseguido más bien
poco con el protagonista; un personaje siniestro todavía muy indefinido. Tan
solo veo con más claridad el escenario y su atmósfera: un pueblo engullido
entre montañas, lobos aullándole a la luna, el frío y la noche cayendo sobre las
casas, la húmeda niebla cubriéndolo todo, el temor apoderándose de los
supersticiosos lugareños, y el campanario repicando las once de la noche.
Vamos, una ambientación típica y muy común en este tipo de narraciones.
Me he propuesto ofreceros algo nuevo
por si os apetece leerlo, en lugar de volver a colgar en Facebook,
tal y como llevo haciendo los últimos años, el que lleva por título Cuento de
Halloween. Creo que ya está demasiado explotado. De momento no se me ocurre
nada lo más mínimamente inquietante para que os pueda mantener aferrados frente
a la pantalla de vuestro ordenador.
Repican inquietantes en la lejanía, rompiendo el silencio de la oscuridad
y el hosco aullido de los lobos, las campanadas del reloj. Las próximas en
redoblar serán las de la medianoche…
Es todo lo que de momento he sido
capaz de escribir.
-¡A comer! – me reclama mi esposa.
-¡Voy!
Abandono la silla giratoria sin apagar
el ordenador y me dirijo al comedor.
-¿Qué tal? –me pregunta ella.
-No demasiado bien. No me llega la
inspiración.
-Pues come y pégate una buena siesta.
Tal vez después, con el estómago lleno y más descansado, se te ocurra algo. Ya
sabes que siempre acabas consiguiéndolo.
Le hago caso. Comemos y me meto en la
cama (soy de los que duermen la siesta acostado), con esa única frase en mente:
Repican inquietantes en la lejanía, rompiendo el silencio de la oscuridad
y el hosco aullido de los lobos, las campanadas del reloj. Las próximas en
redoblar serán las de la medianoche…
Lentamente, conforme la siesta se
materializa, las palabras se difuminan y se alejan cada vez más, convirtiéndose
en imágenes de un oscuro e inquietante sueño.
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Repican inquietantes en la lejanía,
rompiendo el silencio de la oscuridad y el hosco aullido de los lobos, las
campanadas del reloj. Las próximas en redoblar serán las de la medianoche…
La brumosa niebla ya se extiende por toda
la superficie del cementerio como una mullida alfombra de vaporosos nimbos de
entre las que emergen, amenazantes, las grises lápidas y las cruces de piedra.
A pesar del frío el vigilante
nocturno suda inquieto, con el pánico reflejado en su inexperto rostro de
principiante, nada acostumbrado a los siniestros susurros procedentes del camposanto
en esta noche tan especial para los difuntos. Si consigue terminar su turno, (todo
un reto para cualquier mortal poco acostumbrado a lo que no es capaz de
comprender), mañana no regresará…como les ha sucedido a tantos otros.
Los pocos que todavía caminan por las
desiertas calles de la población apresuran la marcha para regresar antes de la
medianoche a sus viviendas, absurdamente decoradas con telarañas de gasa y
calabazas de aspecto aterrador. Todos conocen las leyendas sobre seres
espantosos que han perdurado a través de generaciones, y en las que me habéis
incluido. Nadie aquí se atreve a desafiar a lo desconocido. Prefieren reunirse
con sus familias bajo el calor y la protección de su hogar… protección no tan
efectiva como muchos consideran.
Cada vez falta menos. El reloj sigue avanzando.
Se acerca la medianoche y me tocará de nuevo ser el malo; el sujeto siniestro
de vuestras pesadillas; el que os inquieta en vuestras noches de terror; el que
os hará apremiar vuestros pasos y volver la mirada sobre vuestras espaldas si
regresáis tarde a casa.
Percibiréis mi presencia aunque no
esté cerca; una vez en vuestras viviendas, abrigados al calor de vuestras
estufas, miraréis a través de las ventanas, retirando tímidamente los visillos,
buscándome entre las sombras de la noche, pero deseando no encontrarme, con el
terror plasmado en vuestros escépticos rostros.
Sí, soy yo el único que se mueve con
paso firme e imperturbable entre las brumas de la tenebrosa noche del día de
los muertos, esa en la que dicen que a los fallecidos se les permite regresar
al mundo de los vivos para disfrutar de aquello que más les gustaba hacer. ¿Y
que era aquello que más me gustaba hacer a mí? ¿Asustaros? Ese fue un miedo que
vosotros mismos adquiristeis. Yo no hice nada para merecer el estigma de
convertirme en un ser excluido de vuestra estúpida sociedad, por culpa de
vuestras absurdas creencias. Yo tan solo era un niño con la única desventura deser el hijo de aquella mujer a la que todo el pueblo temía suponiéndole facultades
de bruja, y a la que todos repudiasteis después de parir una criatura de padre
desconocido; un niño que por culpa del rechazo generalizado no tuvo más remedio
que convertirse, con el paso de los años, en un chaval retraído, misterioso, solitario,
e insociable, circunstancias por las que, escudados en vuestra enraizada y retorcida
ignorancia, no permitíais siquiera que vuestros hijos se acercasen a mí,
aludiendo el convencimiento extendido y divulgado por todos de que fui
engendrado por el mismísimo diablo.
Todos esquiváis la vieja casa donde
los suelos de madera crujen sin que nadie los pise, las ventanas chirrían en
las noches de tormenta, y en la que las cortinas, convertidas ya en raídos
jirones de amarillenta tela, se mueven inquietantes a vuestro paso. Nadie se
atreve a entrar en ella. Sabéis que es mía aunque ya no viva en ella.
Cerrad vuestras puertas, atrancad
vuestras ventanas, cobijaros en la seguridad de vuestros hogares, pero recelad
de ella, de vuestra supuesta seguridad, pues puedo colarme por cualquier
rendija. No existe puerta o ventana totalmente efectiva para que mi sombra no la
pueda traspasar. ¿Serás tú el afortunado que tendrá la mala suerte de toparse esta
noche conmigo?
Seréis víctimas de la misma crueldad con
la que me obsequiasteis en mi infancia. He vuelto; como cada año. Llamadme
monstruo; eso me hará más fuerte. Me muevo con soltura entre los más siniestros
rincones; nunca sabréis cual elegiré para aparecerme frente a vosotros. De nada
servirán vuestras estúpidas oraciones y súplicas. Todos me teméis porque nadie
sabe si todavía soy alguien, o tan solo soy una aparición de quien fui. Tan
pronto podría ser de carne y hueso, como el alma errante del suicida que no es
capaz de encontrar el camino al Más Allá, donde se le permita descansar en paz.
Puedo ser esa sombra que te ha parecido una ilusión al verla de reojo, o que
tal vez la hayas visto de verdad. Me regocijo disfrutando con el misterio que
envuelve mi figura. Sí, soy esa presencia que percibes persiguiendo tus
apresurados pasos al caer la noche sobre las solitarias calles, y el frío del
que te abrigas, no es más que mi aliento mortecino.
Ya llegó el momento. Las campanadas
dan la bienvenida a la medianoche y ni siquiera los lobos se atreven ya a
aullar. También ellos saben que ha llegado mi hora, el momento en que mis pasos
avancen rompiendo la niebla en busca de mi siguiente víctima. ¿Vas a ser tú?
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Repican inquietantes en la lejanía, rompiendo el silencio de la oscuridad
y el hosco aullido de los lobos, las campanadas del reloj. Las próximas en
redoblar serán las de la medianoche…
Despierto de la siesta con la misma
frase cincelada en mi cerebro. Me desperezo, me froto los ojos, me incorporo de
la cama y me dirijo al comedor. Mi mujer y mi hija están viendo una película en
el televisor como les gusta hacerlo, con una manta de sofá sobre las piernas.
-¿Vas a continuar con el relato?
-Voy a ver si soy capaz de escribir
algo, aunque creo que me he despertado todavía más espeso.
Entro en el estudio y siento un
escalofrío recorriéndome el cuerpo; incluso he tenido la sensación de que algo
muy frío ha rozado mi brazo y hasta diría que me ha parecido ver una sombra
saliendo antes de que yo entrase. Miro estremecido mi silla giratoria; se mueve,
como si alguien acabase de levantarse de ella. Me siento receloso en ella, trago
saliva y me sitúo frente al teclado, observando inquieto como la pantalla del
ordenador no está bloqueada. Contemplo asombrado como en el Word esa primera
estrofa inicial se ha convertido como por arte de magia en un relato de varias
páginas. Comienzo a leerlo. Habla de un personaje siniestro repudiado desde que
era un niño y que cada noche de Halloween regresa a su población en busca de
venganza, aterrorizando a todos aquellos que le habían obsequiado con una más
que desdichada infancia.
Mi mujer regresa de la cocina después
de preparar unas palomitas en el microondas. Al pasar frente al estudio y seguramente
alertada por mi aspecto incrédulo me pregunta:
-¿Sucede algo cariño?
La miro todavía aturdido.
-Nada. Solamente que a veces parece
como si los personajes de mis relatos tomasen vida propia.
-Ah bueno. Eso no es la primera vez
que te lo escucho decir.
Y desaparece dirigiéndose de nuevo a
la salita.
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