EL POR QUÉ DE EL BLOGÍGRAFO



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domingo, 30 de octubre de 2016

DAY OF THE DEAD





SI QUIERES PUEDES ESCUCHAR LA CANCIÓN MIENTRAS LEES.







DAY OF THE DEAD.


(El día de los muertos.)


Sosegada tarde de domingo. Aquí estoy, sentado frente al teclado, bloqueado, estrujándome los sesos intentando escribir un relato de terror adecuado para estas fechas en las que hemos adoptado la, en mi opinión, infame tradición anglosajona de celebrar Halloween.


De momento he conseguido más bien poco con el protagonista; un personaje siniestro todavía muy indefinido. Tan solo veo con más claridad el escenario y su atmósfera: un pueblo engullido entre montañas, lobos aullándole a la luna, el frío y la noche cayendo sobre las casas, la húmeda niebla cubriéndolo todo, el temor apoderándose de los supersticiosos lugareños, y el campanario repicando las once de la noche. Vamos, una ambientación típica y muy común en este tipo de narraciones.


Me he propuesto ofreceros algo nuevo por si os apetece leerlo, en lugar de volver a colgar en Facebook, tal y como llevo haciendo los últimos años, el que lleva por título Cuento de Halloween. Creo que ya está demasiado explotado. De momento no se me ocurre nada lo más mínimamente inquietante para que os pueda mantener aferrados frente a la pantalla de vuestro ordenador.


Repican inquietantes en la lejanía, rompiendo el silencio de la oscuridad y el hosco aullido de los lobos, las campanadas del reloj. Las próximas en redoblar serán las de la medianoche…


Es todo lo que de momento he sido capaz de escribir.


-¡A comer! – me reclama mi esposa.


-¡Voy!


Abandono la silla giratoria sin apagar el ordenador y me dirijo al comedor.


-¿Qué tal? –me pregunta ella.


-No demasiado bien. No me llega la inspiración.


-Pues come y pégate una buena siesta. Tal vez después, con el estómago lleno y más descansado, se te ocurra algo. Ya sabes que siempre acabas consiguiéndolo.


Le hago caso. Comemos y me meto en la cama (soy de los que duermen la siesta acostado), con esa única frase en mente:


Repican inquietantes en la lejanía, rompiendo el silencio de la oscuridad y el hosco aullido de los lobos, las campanadas del reloj. Las próximas en redoblar serán las de la medianoche…


Lentamente, conforme la siesta se materializa, las palabras se difuminan y se alejan cada vez más, convirtiéndose en imágenes de un oscuro e inquietante sueño.


 


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Repican inquietantes en la lejanía, rompiendo el silencio de la oscuridad y el hosco aullido de los lobos, las campanadas del reloj. Las próximas en redoblar serán las de la medianoche…  


La brumosa niebla ya se extiende por toda la superficie del cementerio como una mullida alfombra de vaporosos nimbos de entre las que emergen, amenazantes, las grises lápidas y las cruces de piedra.


A pesar del frío el vigilante nocturno suda inquieto, con el pánico reflejado en su inexperto rostro de principiante, nada acostumbrado a los siniestros susurros procedentes del camposanto en esta noche tan especial para los difuntos. Si consigue terminar su turno, (todo un reto para cualquier mortal poco acostumbrado a lo que no es capaz de comprender), mañana no regresará…como les ha sucedido a tantos otros.


Los pocos que todavía caminan por las desiertas calles de la población apresuran la marcha para regresar antes de la medianoche a sus viviendas, absurdamente decoradas con telarañas de gasa y calabazas de aspecto aterrador. Todos conocen las leyendas sobre seres espantosos que han perdurado a través de generaciones, y en las que me habéis incluido. Nadie aquí se atreve a desafiar a lo desconocido. Prefieren reunirse con sus familias bajo el calor y la protección de su hogar… protección no tan efectiva como muchos consideran.


Cada vez falta menos. El reloj sigue avanzando. Se acerca la medianoche y me tocará de nuevo ser el malo; el sujeto siniestro de vuestras pesadillas; el que os inquieta en vuestras noches de terror; el que os hará apremiar vuestros pasos y volver la mirada sobre vuestras espaldas si regresáis tarde a casa.


Percibiréis mi presencia aunque no esté cerca; una vez en vuestras viviendas, abrigados al calor de vuestras estufas, miraréis a través de las ventanas, retirando tímidamente los visillos, buscándome entre las sombras de la noche, pero deseando no encontrarme, con el terror plasmado en vuestros escépticos rostros.


Sí, soy yo el único que se mueve con paso firme e imperturbable entre las brumas de la tenebrosa noche del día de los muertos, esa en la que dicen que a los fallecidos se les permite regresar al mundo de los vivos para disfrutar de aquello que más les gustaba hacer. ¿Y que era aquello que más me gustaba hacer a mí? ¿Asustaros? Ese fue un miedo que vosotros mismos adquiristeis. Yo no hice nada para merecer el estigma de convertirme en un ser excluido de vuestra estúpida sociedad, por culpa de vuestras absurdas creencias. Yo tan solo era un niño con la única desventura deser el hijo de aquella mujer a la que todo el pueblo temía suponiéndole facultades de bruja, y a la que todos repudiasteis después de parir una criatura de padre desconocido; un niño que por culpa del rechazo generalizado no tuvo más remedio que convertirse, con el paso de los años, en un chaval retraído, misterioso, solitario, e insociable, circunstancias por las que, escudados en vuestra enraizada y retorcida ignorancia, no permitíais siquiera que vuestros hijos se acercasen a mí, aludiendo el convencimiento extendido y divulgado por todos de que fui engendrado por el mismísimo diablo.


Todos esquiváis la vieja casa donde los suelos de madera crujen sin que nadie los pise, las ventanas chirrían en las noches de tormenta, y en la que las cortinas, convertidas ya en raídos jirones de amarillenta tela, se mueven inquietantes a vuestro paso. Nadie se atreve a entrar en ella. Sabéis que es mía aunque ya no viva en ella.


Cerrad vuestras puertas, atrancad vuestras ventanas, cobijaros en la seguridad de vuestros hogares, pero recelad de ella, de vuestra supuesta seguridad, pues puedo colarme por cualquier rendija. No existe puerta o ventana totalmente efectiva para que mi sombra no la pueda traspasar. ¿Serás tú el afortunado que tendrá la mala suerte de toparse esta noche conmigo?


Seréis víctimas de la misma crueldad con la que me obsequiasteis en mi infancia. He vuelto; como cada año. Llamadme monstruo; eso me hará más fuerte. Me muevo con soltura entre los más siniestros rincones; nunca sabréis cual elegiré para aparecerme frente a vosotros. De nada servirán vuestras estúpidas oraciones y súplicas. Todos me teméis porque nadie sabe si todavía soy alguien, o tan solo soy una aparición de quien fui. Tan pronto podría ser de carne y hueso, como el alma errante del suicida que no es capaz de encontrar el camino al Más Allá, donde se le permita descansar en paz. Puedo ser esa sombra que te ha parecido una ilusión al verla de reojo, o que tal vez la hayas visto de verdad. Me regocijo disfrutando con el misterio que envuelve mi figura. Sí, soy esa presencia que percibes persiguiendo tus apresurados pasos al caer la noche sobre las solitarias calles, y el frío del que te abrigas, no es más que mi aliento mortecino.


Ya llegó el momento. Las campanadas dan la bienvenida a la medianoche y ni siquiera los lobos se atreven ya a aullar. También ellos saben que ha llegado mi hora, el momento en que mis pasos avancen rompiendo la niebla en busca de mi siguiente víctima. ¿Vas a ser tú?


 


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Repican inquietantes en la lejanía, rompiendo el silencio de la oscuridad y el hosco aullido de los lobos, las campanadas del reloj. Las próximas en redoblar serán las de la medianoche…


Despierto de la siesta con la misma frase cincelada en mi cerebro. Me desperezo, me froto los ojos, me incorporo de la cama y me dirijo al comedor. Mi mujer y mi hija están viendo una película en el televisor como les gusta hacerlo, con una manta de sofá sobre las piernas.


-¿Vas a continuar con el relato?


-Voy a ver si soy capaz de escribir algo, aunque creo que me he despertado todavía más espeso.


Entro en el estudio y siento un escalofrío recorriéndome el cuerpo; incluso he tenido la sensación de que algo muy frío ha rozado mi brazo y hasta diría que me ha parecido ver una sombra saliendo antes de que yo entrase. Miro estremecido mi silla giratoria; se mueve, como si alguien acabase de levantarse de ella. Me siento receloso en ella, trago saliva y me sitúo frente al teclado, observando inquieto como la pantalla del ordenador no está bloqueada. Contemplo asombrado como en el Word esa primera estrofa inicial se ha convertido como por arte de magia en un relato de varias páginas. Comienzo a leerlo. Habla de un personaje siniestro repudiado desde que era un niño y que cada noche de Halloween regresa a su población en busca de venganza, aterrorizando a todos aquellos que le habían obsequiado con una más que desdichada infancia.


Mi mujer regresa de la cocina después de preparar unas palomitas en el microondas. Al pasar frente al estudio y seguramente alertada por mi aspecto incrédulo me pregunta:


-¿Sucede algo cariño?


La miro todavía aturdido.


-Nada. Solamente que a veces parece como si los personajes de mis relatos tomasen vida propia.


-Ah bueno. Eso no es la primera vez que te lo escucho decir.


Y desaparece dirigiéndose de nuevo a la salita.  


 


 


 


 


   


  


 

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