EL POR QUÉ DE EL BLOGÍGRAFO



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viernes, 22 de abril de 2016

VISTA ATRÁS



SI QUIERES PUEDES ESCUCHAR LA CANCIÓN MIENTRAS LEES.

VISTA ATRÁS.

Echo la vista atrás,
buscando una explicación
al ostracismo del repudiado.
Me sentía bien cuando me gritaban:
¡Eh, oye! ¿Quieres jugar?
Sabía que aquellos chicos
solo lo hacían cuando eran impares.
Nunca fui bueno dándole al balón,
e intuía que acabaría jugando de portero,
que nunca tendría siquiera la oportunidad
de intentar chutar contra la portería contraria.
Pero nunca rechazaba un ofrecimiento;
tal vez fuese solo un recurso
para pretender sentirme como ellos.
Y al terminar todos se felicitaban,
y se marchaban contentos a sus casas,
y yo me quedaba allí solo
entre las dos piedras que hacían de portería,
sin una felicitación,
sin un abrazo,
sin una hasta luego.
Yo era un chaval solitario
que rondaba por entre los cascotes
de aquellas fábricas en ruinas
donde jugábamos de niños;
que vivía en un viejo piso
con el abuelo,
una hermana mucho menor que yo
un padre pluriempleado
y una madre ama de casa.
Nunca tuve amigos de verdad;
algo en mí no le gustaba al resto
y eso alimentó mi individualidad,
mi temor a la gente,
mi obsesión por el ridículo.
Cuando todos hablaban de futbol,
yo pensaba en dibujar comics;
cuando escondían el tabaco en sus bolsillos,
yo todavía los llenaba de canicas;
las chicas con las que tonteaban
a mí me avergonzaban;
nunca seguí las modas en el vestir,
ni me atraían las aficiones que seducían a todos.
Mi cuerpo y mi cabeza
no progresaban en consonancia
a los del resto de mi edad.
Ese paso por detrás que siempre llevaba
marcó toda mi infancia y juventud.
Percibía las risas guasonas a mi espalda,
el desinterés por mi persona,
las miradas esquivas,
las simpatías vedadas.
Me parecían absurdas
las directrices comunes
que vuelven común a la gente,
y comunes veía yo
a los que luego arrinconaban
a todo aquel que difería de ellos.
Y pensaban que no me enteraba,
pero me daba cuenta de todo,
aunque cierto mecanismo en mi cerebro
me impedía sufrir,
por eso me negué
a transformarme como ellos
para conseguir que me valorasen.
Me refugié en la música, en la lectura,
en el dibujo, en la escritura.
Y los años pasaron,
y me subí al tren demasiado tarde,
pero encontré a la persona ideal,
alguien que debió ver esa luz en mí
y junto a ella
y nuestra hija
sigo adelante,
desenvolviéndome
en mi aparente seguridad.
Ha pasado ya mucho tiempo,
pero sigo pensando
que me continúa sucediendo,
que algunos me ven raro,
que otros me evitan,
que no caigo bien a todos.
Y debe ser porque de niño
construí defensas,
protecciones emocionales,
barreras invisibles al desafecto,
obstáculos que nunca he logrado destruir
aunque ya no los necesite…
o tal vez sí.
Sí,
quizás sea ese el motivo
por el que percibo
esquivas confianzas,
miradas de soslayo,
inexplicables olvidos,
escurridizos saludos,
desinterés ante lo que hago;
porque la sociedad no valora igual
a un tipo sin formación,
convertido en mero comparsa
por haberse negado a seguir el juego.
Solo que pienso
que ya tengo una edad
para no preocuparme en exceso
por lo que sobre mí
especulan los demás;
además…
ya no quedan fábricas ruinosas
ni cascotes entre los que jugar,
y tampoco hay ya
ninguna portería adversaria
contra la que chutar.

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