HOMO SAPIENS.
Aquí nos tienen.
Viviendo vidas desquiciadas, manejadas
con esmero por los que controlan los intereses económicos.
Si observamos bien veremos como la
desperdiciamos; como la desperdiciamos diariamente, incapaces de encontrarnuestro lugar en ella. Veremos como algunos nunca aprenderemos a desenvolvernos
con soltura en esta sociedad, ni a saber comprender sus normas.
Mientras diariamente continúa
saliendo el sol, ponen a nuestro alcance nuevos inventos para sorprendernos y
confundirnos más, como si pretendiesen limitar nuestros movimientos solo hasta
lo que permiten nuestros complementos electrónicos.
Mientras tanto:
A los políticos ya nadie les cree.
Los curas son ahora oscuros y pervertidos.
La sanidad pública es cara e ineficaz.
Los universitarios deben repartir
pizza.
Los nuevos sueldos son sinónimo de
pobreza.
Por lo demás, todo sigue igual:
Los coches se averían.
Las lavadoras se averían.
Los televisores se averían.
Los teléfonos se averían.
Nada parece funcionar bien, pero
seguimos naciendo.
Nacemos en ficticias sociedades de
bienestar. En medio de demenciales guerras. Junto a negocios obligados a
cerrar. Entre la miseria y la falta de porvenir, mientras la muerte muestra su
cara más sonriente.
Los bares convertidos en nuevos
templos donde expiar nuestro dolor, bebiéndonos en forma de cerveza el elixir
de la purificación.
Desterrados de nuestro entorno de
siempre por nuevas realidades.
Inseguros, viviendo con el miedo que
nos quieren inocular.
Mientras tanto, las masas de cerebros
manipulados para acomodarse en la nulidad intelectual, ascienden al nivel de
ídolos a estúpidos productos televisivos que hacen dinero a costa de su
ignorancia.
Aun así seguimos naciendo.
En una sociedad silenciada.
En una sociedad corrupta.
En una sociedad desamparada.
Aprendiendo gracias a nuestra
capacidad de maleabilidad a avanzar a través de todo esto; aprendiendo a ganar
pequeñas batallas en la guerra que todos tenemos perdida.
Nos engañan.
Nos menosprecian.
Se nos mean encima.
Pero mientras sobrevivimos sin
penurias parece no importarnos demasiado.
Pero mientras todo avanza y
envejecemos, nuestro corazón ensombrece. Es inevitable.
Vemos como mueren los nuestros. Como
nos vamos muriendo nosotros. Como alguien esgrimiendo su causa, degüella para
la televisión a un asustado hombre vestido de naranja, arrodillado ante la inminente
muerte.
Cuchillos, bombas, tanques,
ametralladoras, masacres, violaciones, sometimiento, expolio, atentados. Todo esto
y mucho más, mientras el resto clama justicia a sus respectivos dioses; dioses
que también parecen habernos dado la espalda; dioses que más parecen estar
dándole a la botella, mientras sus incautas criaturas echan polvos con la ilusión
de lanzar a sus retoños a este podrido mundo, donde los únicos con futuro son
los bancos. Hijos nacidos del aburrimiento, como muestra de amor al crimen de
la vida, cuando en según qué condiciones, un nacimiento debería ser considerado
un crimen, pero que por legítimo, será un crimen que quedará impune hasta que
se tope con el tribunal de la vida.
Seguirán existiendo armas y guerras,
y erráticas muchedumbres sin una patria de la que enorgullecerse.
Mientras tanto, todo seguirá muriéndose.
Hasta la Tierra lo está haciendo. No nos contentamos con matarnos entre
nosotros, que incluso pretendemos matar a quien le debemos la vida. Somos sin
duda el peor de los depredadores.
Todo escaseará en el futuro. Las
centrales nucleares lo llenan todo de residuos radiactivos y el cáncer acabará diezmando
a una humanidad zombificada.
Los columpios se volverán
radiactivos.
La comida sana escaseará.
La supervivencia será el objetivo.
Y los ricos continuarán controlando
lo poco aprovechable que quede sobre la faz de la Tierra, en cuya superficie se
instalará el infierno al que tanto tememos.
Tan solo el sol continuará saliendo
para todos por igual, y ya nadie llevará flores a sus muertos.
Y así pasarán los días hasta que todo
finalice. Hasta que la vida decida bajar definitivamente su telón sobre el inhóspito
escenario de esta farsa protagonizada por unos seres ridículos llamados hombres; unos pésimos actores actuando sobre un gran teatro llamado Tierra.
Tal vez en la inmensidad del
Universo, en algún recóndito lugar del Cosmos, al calor de alguna estrella que
extienda su vital aliento sobre algún planeta habitable, surja alguna nueva
forma de vida primitiva que evolucione a través de los milenios.
Tan solo pediría que no repitiese
errores, y que fuese más inteligente que el Homo Sapiens.
Quan una cosa mora, una altra reneix.
ResponderEliminarVeig que en el teu cas, les ganes d'escriure continuen ben vives.
Felicitats.
Aurora
Gràcies Aurora. Tinc mes ganes que mai des que la editorial Dédalo ha apostat per publicar el meu llibre de relats. Això m'ha donat renovades forçes.
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