PERDEDORES.
Me llevo bien con ellos.
Tal vez en el fondo yo lo sea, solo
que por algún inexplicable motivo la providencia haya decidido concederme un
empleo aparentemente seguro que soliviante mi ego, haciéndome creer superior al
pordiosero recogedor de chatarra cuya propiedad más valiosa sea el carro de
supermercado que llena con enseres que otros tiran y que para él significan su sustento.
Siempre me sonríe cuando me cruzo con
él de camino a tirar la basura. ¿Cómo consiguen tener esos dientes tan blancos?
Es el negro que frecuenta el barrio, el que viste mugrienta gabardina, el desdichado
propietario de un carro del Alcampo; uno de los nuevos, de esos rojos de
plástico, flamante portador de electrodomésticos averiados, de motores de
lavadoras, de utensilios abandonados por desconsiderados propietarios. Yo le retorno
la altiva sonrisa del estable, del acomodado, del que se la devuelve como concediéndole
un donativo. Toma amigo, recíbela como un regalo; no debería hacerlo si no
quisiese; soy superior a ti, pago impuestos, hipoteca, viajo en coche, el fin
de semana como con la familia en un restaurante. ¿Qué tienes tú? ¿Esa roñosa
gabardina? ¿Ese carro robado?
Estaba yo un día tomando una cerveza,
leyendo La Vanguardia, comiendo esos cacahuetes tostados que ponen en los bares
regentados por chinos, cuando entró el negro pidiendo utilizar el baño.
<<Solo pala clientes>>
respondió el amarillo. <<Tómate algo, te invito yo>> le dije al
negro. No quería. Insistí, Accedió. Pidió un zumo de naranja. Mientras el de Shanghái
se lo exprimía fue a mear. De regreso conversé con él. Llegué a una conclusión.
Soy un mierda. No he vivido en mi vida de adaptado social ni un diez por ciento
de las vicisitudes por las que él ha pasado y me creo superhombre de un estatus
que consigue pagar con dinero sus necesidades vitales.
Le hice subir a casa a llevarse la
jodida bicicleta estática oxidada, un motorcillo que guardaba “por si acaso” y
alguna cosilla más. Todo ello fragmentos del pasado.
Llevo días sin ver al negro por el
barrio. Deben haber perdido interés nuestros contenedores de basura. Algún otro
distrito debe ser más rentable. Salgo a la misma hora a tirar mi basura, esperando encontrarme con su saludo en forma de sonrisa de inmaculados dientes. Nada, ni rastro de él, ni de la inmunda gabardina,
ni del carro rojo. De regreso a casa me cruzo con un gato negro, muy negro todo
él. Me mira, me maúlla. Vale, de acuerdo, pero no es lo mismo.
Al Segar.
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