SALVAJE
Te veo tan refinado y elegante
hablando con los Landis, esa pareja de emperifollados aburridos que se creen
nuestros amigos y que de vez en cuando vienen a casa a beberse nuestro wiski y
a comerse nuestros bizcochos, y no puedo evitar recordar tu lado más salvaje,
ese que muestras en las noches de desenfreno mientras me posees y se
desencadenan mis múltiples orgasmos.
Noches en
que alejado del refinamiento y distinción que siempre muestras junto a tu porte
y apariencia de brillante ejecutivo, sacas esa bestia que llevas dentro. Noches
en que te conviertes en un primitivo bárbaro arrasador de poblados y violador
de indefensas mujeres.
Conversas
con los Landis sobre tediosos asuntos de negocios y cotizaciones en bolsa que
me parecen soporíferos, mientras observo en silencio como el trago que te he
servido, como a ti te gusta, con soda y dos cubitos de hielo, lo bebes con
elegancia con la misma boca con la que en la cama babeas mis pezones. Tu lengua
y tu boca explorando cada centímetro de mi piel al encuentro de aquella zona
que me proporcione más placer, mientras la mía acude al encuentro de tu
erección. Trago saliva. Mi boca se relame recordando las descargas que la
atragantan.
A veces
pienso si los demás nos imaginan como somos en nuestras relaciones íntimas,
cuando damos rienda suelta a nuestros fetichismos y perversiones. De eso en lo
que tú vas más que sobrado.
Ahora mismo
los Landis ven tu imagen más cordial y educada. Yo detecto como sonríes por
compromiso, porque realmente estás deseando que se larguen. Me has traído un
modelito de lencería del sex shop que seguro que debes estar deseando que
estrene, para romperlo en pedazos mientras me mantienes esposada al cabezal de
la cama.
Todo el
mundo ve en ti lo que tus elegantes trajes consiguen hacerles creer: que eres
un triunfador, un educado, considerado y respetuoso directivo de una de las más
importantes multinacionales del mundo. Pero hay más. Claro que lo hay. Como le
sucede a todo el mundo. Nadie es igual mientras trabaja, come, se divierte, o
practica sexo. La diferencia estriba en el calibre con que se miden nuestros
otros yos.
Otros ven tu
distinguida presencia de trajes caros, camisas recién estrenadas y corbatas de
seda. Tan solo se trata de un vulgar camuflaje público bajo las que yo veo en
la intimidad tu velludo cuerpo, tu panza, tu rosado culo o tus peludos huevos.
Tu ferocidad sexual queda reservada a mi siempre sumiso cuerpo. Ellos solo
escuchan de tus labios sabia palabrería de experto financiero, nunca los
gruñidos que emites mientras me sodomizas.
La conversación ya no aporta atractivas
cuestiones sobre las que seguir hablando y los Landis comienzan a mirar sus
relojes. Ya habían advertido que no se quedarían a cenar, por lo que intuyo que
su marcha está próxima.
Sé que estás deseando que se marchen
ya, pero con tu estudiada diplomacia consigues disimularlo a la perfección.
Estás deseando el momento en que tu muñequita boba entre eróticamente en el
dormitorio con sus zapatos rojos de tacón de aguja, envuelta en sedosas
transparencias y maquillada como una puta.
Se levantan y les acompañamos hasta
la puerta. Nada más cerrarla te agarro por las solapas, te volteo y te aplasto
contra ella mientras te beso con ardor y te quito la ropa. Cuando te conocí no
era más que una tímida jovencita que se ruborizaba cuando en el cine me
acariciabas el muslo y me has convertido en una ninfómana que disfruta de las
perversiones que tu ingenio de ejecutivo en busca de emociones fuertes es capaz
de urdir.
No perdamos más tiempo. Vámonos a la
cama, estoy deseando ver que modelito me has comprado y como tienes pensado arrancarlo
de mi cuerpo.
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