EL POR QUÉ DE EL BLOGÍGRAFO



El Blogígrafo es un blog destinado a mi producción literaria personal y a recomendaciones que por algún motivo tienen un interés especial, relacionadas con el mundo de la literatura, y a otras que crea que son de interés general. Si queréis colaborar a que este blog crezca con vuestras aportaciones, adelante. Un saludo.





martes, 23 de diciembre de 2014

EL PADRE









EL PADRE.


Me da un vuelco el corazón cuando la veo aparecer.


Está preciosa sobre el escenario. Es el día del estreno, y mi adorable hija es la protagonista principal de un importante musical.


Yo estoy sentado en platea, en una de las primeras filas. Me he afeitado, puesto colonia y vestido lo más decentemente que he podido. A pesar de ello, tengo la sensación de no haber sido capaz de disimular mi aspecto de vagabundo, y trato de embutirme en la butaca, pretendiendo pasar desapercibido.


Es un gran estreno. De esos que llenan teatros, de esos a los que asisten influyentes empresarios del mundo de la farándula, y de los que movilizan a numerosos medios informativos.


Un gran espectáculo con gente importante entre el público… y yo: el fracasado, el pendenciero, el borracho, el que sobrevive gracias a una pensión mínima concedida tras las secuelas de una nefasta vida de perdición.


Mi hija comienza su actuación. Su madre nos abandonó cuando todavía era una niña. Se largó con un tipo que la encandiló con la promesa de una espléndida vida, y que acabó conduciéndola al suicidio.


Y mi niña, mi preciosa niña, jamás me recriminó mi actitud frente a la vida. De alguna manera debí demostrarle afecto mientras la criaba; mientras le dedicaba mi tiempo de vago, de resacas, de zanganeo.


Y hoy, sentado aquí, es cuando comprendo que la amo, que es lo único que tengo, que ella es el único motivo que justifica que quiera seguir respirando.


Suenan los primeros aplausos tras la primera canción que interpreta con su voz de fantasía; la que le valió ser la escogida para el papel. Además baila y actúa con delicada exquisitez.


Más actores sobre el escenario. La atronadora música hipnotiza al entregado público. Y entre ellos un holgazán que casi no se atreve ni a aplaudir, por culpa de una apática vida que parece considerar poco más que un pecado demostrar sentimientos.


Continúa la función. Mi hija está espectacular: inmaculada melena rubia, y maquillaje y vestuario que realzan su belleza. Es una actuación sublime. Y comprimido en su butaca, un padre que ni tan siquiera sabe con exactitud la edad de su hija, pero que se siente orgulloso y satisfecho de ella.


Ni me importó cuando meses atrás quiso independizarse. Solo supe demostrar indiferencia cuando me dijo que se iba a vivir con su novio, también actor, y que creo que forma parte del reparto de esta obra.


Lamento no haber sabido disfrutarla más; no haber sabido ejercer de padre; no haber compartido sus ilusiones… haber desaprovechado tantos años. Mientras yo me emborrachaba, ella construía su vida, alejada de mi dañina influencia.


Podría haber sido uno de esos tipos a los que un asesino en serie descuartiza y nunca se descubre su cadáver, ya que nadie les echa en falta. Pero no. Por algún misterioso motivo, mi querida hija no ha querido que fuese así. Por algún misterioso motivo, no se avergüenza de mí.


Continúa la representación hasta que llega el final. Más de dos horas y media, y se me ha hecho corto.


Aplausos, saludos, ovaciones, gente en pie en todo el teatro. A mi lado, todos levantados aplaudiendo, excepto yo, un gusano que enrosca en su butaca, empequeñecido, avergonzado por no sentirse en nada partícipe del éxito de su hija, a la que agasajan lanzándole rosas rojas sobre el escenario. Nunca he sido capaz de aconsejarla, de guiarla, de alentarla para conseguir sus objetivos. No soy digno de su triunfo.


Ahora la veo ahí arriba, triunfal, espléndida, radiante y lamento no haberle podido conceder una vida más ordenada, de haberle podido dar aquello que otros padres daban a sus hijos, mejores juguetes, ropa más decente…amor. No me debe nada. Todo lo que ha logrado lo ha conseguido ella a base de esfuerzo y tenacidad.


De niña ya cantaba, bailaba y actuaba frente a un espejo que un día rompí, harto de pensar que todo aquello no era más que las tonterías de una cría. Prefería tenerla lavando mis sucios calzoncillos o recogiendo los vómitos de mis borracheras.


Años más tarde, no me guarda el más mínimo rencor. Es una bellísima persona. Jamás he hecho nada por ella, y no solo no me aborrece, sino que incluso me mira con ternura. Debe ser porque aunque no sea gran cosa, es lo único que tiene parecido a un padre.


Lloro.


Estoy emocionado. Las ovaciones persisten como un sordo eco a mi alrededor.


Las lágrimas se escurren por mis mejillas. Había olvidado esa sensación. Los perdedores endurecidos por la frustración, aprendemos a no llorar nuestro infortunio. Mi hija me mira desde el escenario y casi no puedo soportar su mirada. Mañana su fotografía saldrá en toda la prensa, y yo el máximo premio que he conseguido en la vida, es el primer cajón del podio de los fracasados.


Baja del escenario rumbo hacia mi butaca. Se me encoge el corazón. Saldría corriendo. Huiría intuyendo lo que quiere hacer. Llega hasta mí. Los tipos gordos y trajeados que me rodean le aplauden entusiasmados. Intenta que me levante, llevarme al escenario. Tira de mí. Me resisto. Lloro todavía más, encogido en mi asiento. Al final desiste. Se sienta en mi regazo. Alguien dirige un potente foco hacia nosotros que nos circunda de una intensa luz blanca.


<< ¡Es mi padre! >> Grita.


Y me besa, me besa, me besa.


Y aplauden, aplauden, aplauden. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario