EL POR QUÉ DE EL BLOGÍGRAFO



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miércoles, 24 de septiembre de 2014

El viejo Buk



El viejo Buk
Hace casi un mes que reabrí el bar que hace unos años la crisis le cerró al viejo Barney.
Los tiempos eran difíciles. Los vecinos no iban a gastarse el dinero en tapeo en un barrio tan castigado que hasta las ratas mendigaban migajas de mierda.
Ahora parece que los bolsillos se han recuperado ligeramente. Mis amigos de la mafia han aceptado mi propuesta. Yo les regalo cuadros con mi firma para que decoren los inmensos salones de sus vastas mansiones, a cambio de que ellos instalen las fábricas que les sirven de tapadera en el casi abandonado polígono industrial colindante. Han revitalizado ese recinto industrial dando empleo a numerosas familias del barrio, y algún que otro loco se ha aventurado a hacerse autónomo gracias a las ayudas del estado, montando talleres convertidos en satélites dependientes de las grandes empresas. Es una suerte que los mafiosos sean unos esnobs y que el culo se les afloje frente a mis cotizadas pinturas.  Corre más pasta y renovados ánimos en el vecindario. Algo positivo debía sacar de ser el pintor predilecto de los gangsters. Es el barrio donde nací y me crie y me dolía verlo sumido en la miseria.
No me importa ganar dinero. Todos saben que subí de nuevo la persiana más por nostalgia que por conseguir beneficios. Era mi cervecería de juventud, la que tantas veces me vio alejarme zigzagueando calle abajo camino de casa; en la que tantas veces estuvimos las pandillas del barrio divirtiéndonos, peleándonos, o bien con nuestras chicas, esas divinas náyades que daban besos con sabor a ginebra de garrafa con sus labios peligrosos como cuchillas. Qué recuerdos de aquellas adolescentes que no temían a nada ni a nadie, y que en la escuela de la vida ellas eran las maestras.
Tengo dinero de sobras para vivir de las ganancias de las ventas de mis cuadros. Más que una necesidad económica trabajo por tomar soleta del tedio. El día que me harte pondré alguna cara bonita en mi lugar y me limitaré a pasar antes del cierre a cerrar caja. La verdad es que me está yendo muy bien. Mi bar se llena porque aunque sea a hurtadillas, todo el mundo sabe que estoy detrás de su resurrección.
Al bar le he puesto de nombre << El viejo Buk >> en homenaje a Bukowsky. Lo he decorado con fotografías suyas y citas enmarcadas del autor. Le he dado trabajo como camarero a Charly, mi viejo amigo de infancia, bajo el juramento de que todo el alcohol del bar es para los clientes, no para él.
Hace una hora que Charly debería haber llegado. Estoy valorando dejar que se emborrache aquí, ya que lo hace en otros locales una vez cerramos y al día siguiente no se presenta hasta mediodía, y con resaca. La semana pasada faltó dos días seguidos. Preocupado por él comencé a indagar. Me dijeron el lugar donde estaba y acudí al rescate. Me lo llevé de allí justo cuando confundía a las prostitutas con hadas y el burdel con un bosque encantado. Algún día tendré que decirle que esto es un empleo y no una ONG. Pero me sabe mal. Ha conocido la miseria absoluta, ha pasado hambre y necesita el sueldo. He decidido sufrirlo. Nunca me ha gustado mostrarme superior a nadie. Un tipo que se cree superior a los demás es de esos que siempre te cuelgan el teléfono antes de que lo hagas tú. Existen tipos que se creen en posesión de teorías sobre cómo cambiar el mundo y en cambio son incapaces de poner el intermitente para señalizar un giro.
Un mes es poco tiempo para coger soltura en un oficio que nunca has desempeñado, pero ha sido el suficiente como para cambiar mi concepto sobre los especímenes de taberna, vistos desde el otro lado de la barra. Es un trabajo cansado, acrecentado por la inexperiencia de novato. Los primeros días salía de la bañera arrastrándome por ella como una babosa.
Me muestro más compasivo con la especie humana a la que lamentablemente pertenezco y a la que había llegado a despreciar tanto como un divorciado al abogado de su ex mujer. Pasé del “¿qué hace ese pobre hombre que parece despistado?” al “¿qué coño estará haciendo el gilipollas ese?”. Pero la vida acaba enseñándote cosas que con diecisiete años son difíciles de comprender. Ahora veo a todos esos tipos sentados en sus taburetes frente a la barra y me pregunto qué historia tendrán para contar, porque seguro que a pesar de su aspecto de olvidados, de alguna forma deben poseer un alma.
Había un tipo en concreto que venía todos los días prácticamente desde que abrí. Tomaba tres jarras de cerveza, pagaba y se marchaba. Solamente escuchaba su voz con la primera consumición; las otras dos las pedía con un gesto de la mano. Bebía cada jarra en cuatro tragos largos. Vestía traje, era taciturno, incomunicado, con la corbata aflojada y la cabeza hundida entre los hombros. Seguro que los labios de cualquier vagina hablaban más que los de su boca. Un buen día me sorprendió con una inesperada frase lapidaria. << Sorprendí a mi vecino tirándose a mi mujer sobre el escritorio que compramos en Ikea. >> << Yo sería incapaz de volver a escribir nada más en ese mismo escritorio. >> respondí. El comentario le hizo intentar una sonrisa. Esa frase fue su epitafio. Nunca más ha vuelto.
Todas las mañanas, temprano, viene a tomar un cortado con leche natural una atractiva mujer de unos cuarenta que viste muy bien. Debe ser ejecutiva de alguna de las empresas. Nunca sonríe; es fría, educada y nunca mira a los ojos. Su permanencia en el bar es tan efímera como una burbuja de jabón. Tarda más en pagar que en tomarse el cortado y eso que siempre paga con el importe exacto. Parece ese tipo de mujer que solo te abriría su garaje si llegases al volante de un Ferrari. Pero muchas veces las apariencias engañan. Para conocer bien a una mujer existe un truco infalible y no es fijarse en como viste, habla, se mueve, o enciende un cigarrillo. Para conocer bien a una mujer tienes que ver que es lo que lleva dentro del bolso.
Faltan cinco minutos para mediodía. Charly entra por la puerta. Hasta Freddy Krueger tiene mejor aspecto que él.








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