EL POR QUÉ DE EL BLOGÍGRAFO



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viernes, 21 de diciembre de 2012

MICRORRELATO

Ayudando
A lomos de mi caballo dejo atrás el frondoso bosque.
Enfrente se extiende una amplia llanura que contemplo desolado. Durante horas esperé oculto, agazapado entre los arbustos a una distancia prudencial a que finalizasen los cañonazos, los disparos, y los gritos de dolor y muerte procedentes del fragor de la batalla que escuchaba en la lejanía. Consumado el combate entre ambos ejércitos el paisaje no podía presentarse más sombrío. Debieron quedar vivos tan pocos contendientes que ni tan siquiera se preocuparon de recoger a sus muertos que se contaban por cientos, tal vez por miles. Avanzo lentamente por entre aquél amasijo de cuerpos mutilados que han teñido de carmesí el verde prado. Sin duda, contemplando semejante escenario, es fácil deducir que la lucha ha debido ser de lo más cruel, virulenta e implacable.
Nunca se puede imaginar el horror hasta que lo ves con tus propios ojos. En algunas zonas los cadáveres están tan cercenados que es casi imposible adivinar de quien pueda ser este brazo o a quien pueda pertenecer aquel tronco sin miembros del que brotan unas vísceras que se asemejan a una deforme calabaza.
Alzo la mirada descubriendo como de las ramas de los árboles penden viscosas entrañas, algunas difíciles de clasificar. Intestinos, vientres, corazones… que hasta no hace mucho pertenecían a los pobres desafortunados que han recibido de lleno el impacto de los proyectiles de los cañones y que ahora se exhiben suspendidos como siniestros flecos del manto de la muerte.
De repente escucho un amortiguado gemido, apagado y suplicante. Sin desmontar, oteo por entre la montaña de fragmentados uniformes hasta conseguir vislumbrar un leve movimiento, un simple soplo de vida. Me aproximo hasta él. Mi primera reacción es de repulsa. A ese infeliz le falta media pierna, el brazo entero y parte de la cara, todo del lado izquierdo evidenciando por donde recibió el impacto de la carga explosiva.
Descabalgo y me arrodillo a su lado. La falta de parte de su mandíbula hace que balbucee ininteligibles palabras que no logro comprender. Finalmente y con el objetivo de ayudarle, creo vislumbrar alguna manera de ser capaz de recoger del suelo aquel descuartizado cuerpo que yace sobre un charco de sangre, (suya y de los cadáveres que le rodean). Él se niega haciendo un esfuerzo titánico para que comprenda lo que me quiere decir.
-Remátame -suplica.
Consciente de su estado, el soldado no pide ayuda, sino ser liberado del terrible sufrimiento que está padeciendo. Conocedor de que en ese estado todavía podría agonizar durante horas, medito la opción a tomar. No es que no haya matado nunca a nadie; hace años que me convertí en forajido y son ya más de dos docenas los que han caído bajo mis disparos o atravesados por mi espada, pero nunca antes nadie me había pedido voluntariamente que le enviase al más allá. Hasta la fecha, todos los heridos me habían rogado clemencia y ser llevados ante un galeno que sanase sus heridas o salvase sus vidas.
Ante mi gesto dubitativo el soldado me implora con su desdichada mirada que deje de cuestionarme su petición y le ejecute con premura.
Me levanto, miro a mi alrededor hasta localizar un mosquetón. Lo tomo, compruebo que dispone de carga y apunto al infausto soldado en la frente. Creo que si el muy infeliz dispusiese de boca habría esbozado una sonrisa. Disparo con los ojos cerrados. No soy capaz de mirarle.
Vuelvo a montar en mi caballo y prosigo mi lento avance, zigzagueando entre una cordillera de resto humanos, deseando que nadie más solicite mi ayuda.      
Al Segar
    

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