EL POR QUÉ DE EL BLOGÍGRAFO



El Blogígrafo es un blog destinado a mi producción literaria personal y a recomendaciones que por algún motivo tienen un interés especial, relacionadas con el mundo de la literatura, y a otras que crea que son de interés general. Si queréis colaborar a que este blog crezca con vuestras aportaciones, adelante. Un saludo.





lunes, 11 de mayo de 2020

LA NOVELA MALDITA

 

Haz click  para  DESCARGAR mi relato ilustrado titulado LA NOVELA MALDITA, para conocer un poco mejor las peripecias que ha vivido durante los últimos diez años mi obra "La daga de los 7 dioses" hasta que finalmente ha visto la luz bajo el sello de Célebre ediciones y para conocerme también un poco más a mí mismo.

miércoles, 8 de abril de 2020

NOCHE DE HALLOWEEN

Haz click en Descargar para descargar gratis mi relato ilustrado "Noche de Halloween."

                                                               DESCARGAR



viernes, 27 de marzo de 2020

Descarga gratis Habitación 601

Pulsa abajo en Descargar para descargarte gratis mi poemario "Habitación 601"





                                                    DESCARGAR




martes, 24 de marzo de 2020

Descarga gratis mi novela El galeón del Murciélago

Pulsa en descargar para bajarte gratis mi novela El galeón del Murciélago
                            DESCARGAR





viernes, 4 de octubre de 2019

Reseña de NÁUFRAGO EN LA CIUDAD de Jesús Vera. (Célebre Editorial, 2019.)

 
 
Si quieres puedes escuchar la canción mientras lees.
 
 
 
LA MÁGICA VOZ DEL NÁUFRAGO.
Al principio tan solo era una sospecha. Un tiempo después, cuando a regañadientes Jesús me dejó leer algo de lo que había escrito, tuve la certeza de que mis sospechas eran realidad y que aquellos textos que estaba leyendo disipaban cualquier duda de que yo estaba en lo cierto. No podía ser que aquel tipo al que conocí casualmente cuando en un ya lejano año 2014 me pidió colaborar con mis relatos en su programa de radio “Hotel Sweet Dreams” no fuese poseedor de la misma sensibilidad para escribir que aquella que volcaba en los textos que recitaba con tanta maestría.
Tal dominio y autoridad vocal hizo que los que mejor le conocemos tuviésemos la osadía de destronar al mismísimo Sinatra de su apodo de “La Voz” para otorgárselo a Jesús, porqué cualquier texto que cayese en sus manos cobraba vida bajo la mágica vibración de sus portentosas cuerdas vocales, hasta el punto de hacer dudar al propio autor del relato sobre si realmente lo que estaba escuchando lo había escrito él.
Pero lo de su magia recitando es algo que cualquiera que le conozca o siga a través de las redes sabe de sobras. Lo novedoso es que ese prestidigitador de la palabra llamado Jesús Vera ha perfeccionado su espectáculo de ilusionismo literario dándole forma de libro y titulándolo NÁUFRAGO EN LA CIUDAD. Como el mejor de los magos ha hecho aparecer de entre la saturada baraja de la escritura la carta oculta que todos hubiésemos elegido.
Y es que con su asombroso juego de manos ha sido capaz de mostrarnos en 328 páginas la propia esencia de la vida; de la que es divertida, de la que es triste, de la vida fácil y de la que es difícil, de la que se disfruta y de la que se padece. Los sucesos que se desarrollan en N.E.L.C. nos sumen con su lectura en el sueño de la vida que ya mencionaba Calderón de la Barca más de cuatro siglos atrás cuando aseguraba que el ser humano es libre de configurar su vida sin dejarse llevar por un supuesto destino que todos parecemos condenados a sufrir.
         Y como huyendo de su propio destino, el mago-autor hace aparecer de la nada esta seductora obra. Y es que Jesús nos hace soñar despiertos, como solamente consigue todo buen ilusionista y toda buena literatura. Relato tras relato la obra nos cautiva, nos descubre y nos aproxima al autor, siempre velado en un segundo plano al igual que hace el mago, centrando nuestra atención en el truco visual por delante de su persona. Historias cotidianas, de actualidad, divertidas, de inquietante crudeza, desconcertantes, fantásticas y esotéricas se entremezclan en un torrente de emociones que no nos dejan indiferentes.
Relatos colmados de sinceridad cuando muestran la cara más deprimente de la vida en páginas llenas de veracidad cuando las escribe quien ha vivido esos momentos duros de la vida que todos queremos eludir pero que quien no tiene más remedio que afrontarlos mirando directamente a los ojos de la desesperación sabe captarlos en su esencia para después llevarlos sobre el papel en blanco, advirtiéndonos de que no toda la rosa es bella flor ya que también posee afiladas espinas que nos pueden hacer sangrar. Los personajes de los relatos más ásperos de la obra se enfrentan a cada nuevo amanecer convirtiéndolo en un reto más difícil de superar que el del día anterior, donde hasta la mera supervivencia se convierte en prioridad.
Entre los dignos a destacar en esta gran antología se encuentran los relatos más esotéricos de Jesús: Oscuros, enigmáticos, místicos en ocasiones, porque Jesús entiende el más allá y nos lo razona trayéndolo al más aquí, interpretándolo para nosotros en un acto de solidaridad con nuestras ignorantes almas. 
Pero claro, el gran Jesús, a veces mago, a veces brujo, a veces vidente, pero siempre fascinador, sabe manejar la sorpresa del gran truco central de la obra y saca de su chistera abarrotada de inagotables argucias una auténtica emboscada emocional dirigida al lector. Y es que alguien que dispone de esa habilidad sensorial capaz de captar la esencia de la vida, está obligado a brindarnos el zarpazo emocional de ofrecernos su poesía, sensible, romántica, delicada, colofón indispensable para conocer a un autor cuya ópera prima no es más que la confirmación de que muchas veces los mejores dudan ellos mismos que lo sean y permanecen ocultos en el naufragio del anonimato hasta que casualmente son descubiertos, por fortuna para los lectores.
Echémosle un salvavidas a este náufrago, porque lo merece, porque a Jesús, La Voz, ya no solo se le escucha sino que también se le lee en páginas llenas de magia, de embrujo, de hipnotismo literario, porque a veces mientras nos sumergimos en sus vibrantes páginas es difícil deducir si estamos ante una obra literaria o ante un elaborado truco del prestidigitador Jesús Vera.
Al Segar.
 
  


sábado, 3 de agosto de 2019

NÁUFRAGO EN LA CIUDAD

Portada del libro Náufrago en la Ciudad de Jesús Vera
(Editorial Célebre 2019)
Acuarelas.




martes, 23 de julio de 2019

MI LIBRERÍA





MI LIBRERÍA.

 

(Dedicado a la librería Les Hores, de Sant Boi de Llobregat)

 

Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas de inefable y deliciosa compañía.

John Fitzgerald Kennedy

¡Hmmmm! Echaba en falta poder disfrutar cerca de casa de este seductor aroma. Saboreo el característico olor a negocio recién estrenado combinado con el de colmados muros de libros llegados en embalajes recién desprecintados con la cola todavía fresca en sus lomos uniendo en perfecta armonía páginas repletas de cientos, miles de palabras que adecuadamente ordenadas convierten en placentera lectura un sinfín de relatos ideados por sus respectivos autores, con el objetivo de ilustrarnos, emocionarnos, divertirnos o simplemente conseguir que fantaseemos con inexistentes universos en donde todo es posible, gracias a su ilimitada imaginación.

Al entrar por primera vez en la recién inaugurada librería Les Hores, me impactó el variado y cromático colorido de su decoración, combinado en perfecta simbiosis con el producto a vender haciendo que uno se sienta a gusto dejándose llevar por entre sus estanterías y expositores. <<Una librería debe tener este color>>, pensé. Se trata de un local diáfano, donde todo su contenido está al alcance de la vista.

La improvisación ante la novedad hace que a uno le invadan el desconcierto y la desubicación << ¿Por dónde empezar?>> Por lo sencillo dirigiéndome hasta la amplia mesa donde reposan las novedades más comerciales, o bien me sitúo frente a una de las estanterías escogida al azar poniendo cara de interesarme por algún título de algún género especializado que realmente no me interese en absoluto.

Consigo un primer logro. Coronando la estantería de una nutrida columna de libros descubro la categoría bajo la que se engloban: “Narrativa”. Sigo la parte superior con la mirada y descubro el resto de géneros: “Poesía, Ciencia Ficción, Juvenil…”

De reojo, al fondo del local, descubro asomando las gafas por encima del mostrador al expectante librero, un tipo de mediana edad. Siempre me ha incomodado sentirme observado, escudriñado como una presa acechada, más aun cuando me desenvuelvo con la torpeza y la confusión reflejadas en los delatores movimientos propios de no tener claro lo que se busca. He entrado allí por mi amor a las letras y estoy solo, bueno, acompañado del librero-centinela. Si por lo menos hubiese más clientes que me sirviesen de escudo no me sentiría tan vigilado, tan vulnerable. Como pretendiendo camuflarme a su campo de visión me sumerjo en un rincón con abundante material: libros gruesos y delgados, de tapa dura o blanda, con o sin solapa…Con fingida expresión de versado lector, comienzo a voltear un expositor colmado de libros de bolsillo con la esperanza de hallar uno que reclame mi atención y me sirva para acercarme hasta el mostrador, pagar y largarme de allí cuanto antes.

Al fin, a mi espalda, escucho una reconfortante frase; escueta, pero esperanzadora:

-¿Puedo ayudarte? –sondea el librero que se ha acercado abandonando su refugio.

Se adivina en su entonación la dedicación y la profesionalidad, evidenciada en el mimo con el que se ordenan los libros que reposan sobre los estantes; porque una librería debe ser en realidad un negocio destinado a dar vida a las letras y un librero no debe ser simplemente alguien que rellene de nuevos tomos los espacios que vayan quedando libres en los anaqueles; un librero debe ser ese amigo que te aconseje que leer, ese profesional con un punto de psicólogo que consiga que cada personalidad, cada ego, o cada estilo, modo o manera de vivir la vida de los clientes que se acerquen hasta su negocio encuentren su personal referencia escrita en su local.

Y Sergi, que es como se llama el librero, esto lo tiene muy claro; es lo que se dice: un auténtico profesional de las letras.

Tras las pertinentes presentaciones, le expongo mis preferencias lectoras y pronto tengo entre mis manos diversos volúmenes que comienzo a hojear.

Cuando surge la complicidad le dejo caer tímidamente una frase:

-También me gusta escribir –le confieso con cierto rubor.

Se interesa por mi trabajo y le muestro un texto que ocultaba disimuladamente en una carpeta. Son unas cuantas páginas del libro que estoy terminando de escribir.

-¿Aceptas consejos? –me pregunta.

-Por supuesto –respondo entusiasmado.

-Déjamelo durante unos días para que le eche un vistazo y quedamos más adelante para charlar un rato.

Y vaya si lo hicimos. Días después me llamó y acudí rápidamente. Durante más de dos horas repletas de buenos consejos, engalanados con la sabiduría que aporta una vida dedicada a las letras. Con su voz pausada y una actitud receptiva, me ofreció desinteresadamente sus acertadas recomendaciones después de informarme que es filólogo.

-Escribes bien –me dijo-, pero debes cuidar ciertos detalles.

Escuché atentamente sus consejos con intención de aplicarlos a mis escritos. Le confesé que adoro escribir y que deseo perfeccionar mi técnica, a lo que Sergi me respondió que la mejor escuela para conseguirlo estriba en leer mucho a buenos autores, que no siempre son los más mediáticos.

Salí de Les Hores reconfortado y reforzado, aspirando a ser capaz algún día de escribir con la misma claridad de ideas con la que Sergi se expresa.
 

 

miércoles, 27 de junio de 2018

EN UNA TARDE CUALQUIERA DE VERANO.






EN UNA TARDE CUALQUIERA DE VERANO.

 

Tiembla mi mano cuando escribo sobre mi confuso pasado;

también lo hace cuando escribo sobre el incierto futuro,

inevitablemente más breve conforme pasan los años.

Alardeamos de lo vivido como pozo de sabiduría,

cuando la edad nos enseña que realmente no son más que momentos

en los que la vida se apiada de nosotros

concediéndonos más días de tregua de camino al Final,

instante que siempre llega

cuando ya no queda tiempo para darse cuenta

de la belleza de los amaneceres,

del privilegio del planeta que pisamos y castigamos,

del regalo de poder amar.

Tengo 54 años,

edad suficiente como para haber enterrado

a un buen puñado de seres queridos,

y casi haber olvidado el calor de su compañía.

Es una tarde cualquiera de verano,

hace calor afuera

y estoy sentado frente al teclado

en un cuarto con las paredes color tierra

decoradas con retratos de los grandes del rock

que yo mismo he dibujado,

mudando al disco duro

torpes palabras que fluyen de mi interior,

importantes para mí,

aburridas para la mayoría,

y preguntándome el verdadero motivo

que me ha llevado a escribir este poema.

Confieso que me siento bien escribiendo

bajo las atentas miradas procedentes de las paredes,

de Mercury,

de Jagger,

de Clapton,

de Dylan…

Me reconforta,

me fortalece,

me alivia,

dedicar a esto mis horas de indulto,

o tal vez tan solo sea

porque quiero darme cuenta a tiempo

del enorme privilegio

de seguir vivo un día más.

domingo, 14 de enero de 2018

YA SOLO





Puedes escuchar la canción mientras lees







YA SOLO.


(ODIO A MUERTE A EZO
MARDITO ROEDORE. El gato Jinks.)


Ya solo veo a uno en el espejo.


Lejos quedan los años


en que me parecía


que iba a vivir cien vidas.


Atrás quedaron los sueños


de lo que quise ser


cuando creía que el futuro


se mostraba sencillo


a mis ambiciones de juventud.


Ya solo queda la austera realidad


de lo que soy ahora,


con menos años por delante


y ya sin metas por alcanzar.


Ya solo soy alguien


que vive una vida


mas o menos tranquila


viendo caer calendarios


sobre mi insípida biografía.


La misma vida termina debilitando las ilusiones;


que más dan los triunfos


si un día moriré


igual que muere


el que ha acariciado el éxito.


Hace mucho que me acostumbré


a quedarme muchos pasos más atrás


que el que sabe cómo llegar más lejos.


Tal vez podría haber conseguido más,


aunque nunca he ansiado la gloria,


y cuando llegue el día me iré sin nada,


como todos,


únicamente con la satisfacción de haber logrado


aquello que verdaderamente he merecido.


Ya solo soy unas pocas palabras ordenadas


para dar forma a un nombre y apellidos.


¿Crees que me doy por vencido?


No se trata de eso;


los años enseñan


que vale la pena intentarlo por algo meritorio,


pero que en un mundo lleno de obstáculos


no merece la pena ningún esfuerzo


intentar llevar adelante


los estériles sueños


del errante tipo sin ingenio


que se refleja en el espejo.


 

domingo, 3 de diciembre de 2017

EL AULLIDO DE GINSBERG





Si quieres puedes escuchar la canción mientras lees el relato.







EL AULLIDO DE GINSBERG.
 


Ella y yo solíamos pasar las tardes de domingo bebiendo birras, fumando hierba, leyendo a nuestros autores favoritos y escuchando a Queen, la Credence, los Stones, Dylan...


Leíamos a Ginsberg, a Céline, a Cortázar y a Bukowski en especial.


Leíamos a Kerouac, a Borges, a Burroughs y a Bolaño sobre todo, y a veces sonaba el teléfono y nos llegaban noticias de que algún amigo que también los leía había muerto joven montado a lomos del desbocado caballo blanco. Entonces tocaba ceremonial de cementerio, unas flores, unas sinceras lágrimas y una borrachera en la bodega del Isidro como ofrenda a su memoria.


Vivíamos en un minúsculo pisito centenario comprimido en una estrecha calle del casco antiguo, sin vistas a nada, con enormes humedades y una portería que olía a cloaca, amueblado con antiguallas de segunda mano o reclutados de los que la gente abandonaba en la calle; despojos que yo restauraba y ella pintaba de colores chillones. Sobrevivíamos a base de empleos indignos y trapicheos varios; ella además confeccionaba bisutería y yo pintaba dibujos al carbón que un amigo nos vendía en ferias y mercadillos a cambio de un pequeño porcentaje. A nuestra manera éramos felices porque nos sentíamos libres.


Recuerdo que a veces los de Jehová llamaban a nuestro timbre queriéndonos convencer de que debíamos enderezar nuestro camino de perdición. Me pregunto cómo egipcios, griegos o romanos eran capaces de creer en tantos dioses, cuando yo ni tan siquiera creo en un Padre Todopoderoso. Creo en el padre Bukowski, en el padre Ginsberg, en el padre Fante, en el padre Kerouac, y en muchos otros padres luchando contra lo establecido empleando solo sus palabras escritas, y cuyas obras componían y componen mi particular repertorio de textos sagrados. Mi conciencia es la conciencia de la calle, de la gente, del mundo, no la impuesta por los que lo dirigen y lo destruyen.


Era aquella una España en transformación, un país renaciendo con nuevas expectativas y anhelos en el horizonte. La televisión pública (no había otra), nos ofrecía candorosos programas para no pensar, y nos mostraba a una familia real como un simpático adorno patrio que con la instauración de la monarquía permitiría la diversidad identitaria de cada comunidad, hasta ese momento silenciada y arrinconada bajo el yugo del dictador muerto que defendía con inclemencia el lema de que la patria era una, grande y libre.


Era la de mi juventud una ciudad de yonquis, quinquis, descampados, fábricas abandonadas, progres, familias obreras, y gente intentando cambiar las cosas tras la muerte del tío Paco, en eso que llamaron y siguen llamando “la transición”. Yo era un buen estudiante hasta que debió sucederme algo que jamás he podido identificar y que hizo que todo cambiase. Entonces comencé a trabajar, antes incluso de mi primer afeitado, y eché mi primer polvo antes de cobrar mi primer sueldo.


Aquellos eran tiempos convulsos en los que unos parecían tener prisa por olvidar el pasado y otros se aferraban a él con verdadera pasión y ardor patrio. Una época histórica de movimientos obreros y movilizaciones estudiantiles en los que me vi pinchando las ruedas de los autobuses que años más tarde pasé a conducir, cuando la vida me convirtió en un honrado puntal más del armazón del sistema, pagando mis impuestos y sosteniendo involuntariamente a una legión de corruptos.


La vida era acelerada y nosotros la vivíamos deprisa. Sobrevivíamos con lo justo y nos conformábamos con terminar el día fumando hierba en la cama, y practicando ese sexo que todavía era considerado lujuria, experimentando nuevas opciones de placer, lamiendo cada centímetro de nuestros cuerpos en prolongadas sesiones libidinosas. Saliva, sudor, miel, semen, flujos, lubricantes inventados, hasta caer agotados, derrotados por nuestros impúdicos juegos eróticos sobre las enredadas sábanas, diluidos entre nuestros fluidos en los que consideraba que eran los mejores orgasmos que podía tener, y que el tiempo ha confirmado que efectivamente lo eran. Y tras el sexo un cigarrillo y nuestra mente viajando relajadamente a través de las descarnadas páginas llenas de ironía y crudeza contra la sociedad americana de Bukowski, o del estilo transgresor y libertario del marica, budista y antisistema de Ginsberg, el aullador. Quise ser fiel a las palabras de Dylan quien dijo que un hombre conoce el éxito si en el tiempo que transcurre desde que se levanta por la mañana hasta que se acuesta por la noche ha hecho aquello que le gusta hacer. Pero eso parece tan solo reservado a un puñado de privilegiados como el propio Dylan, a quien Ginsberg describió diciendo que al escucharle cantar le parecía como si un alma hubiese cogido la antorcha de América. Quise ser trovador y juglar. Quise ser pintor y dibujante, y finalmente fui lo que yo mismo construí.  


Ella y yo nos sentíamos bien juntos. Aún recuerdo su áspera belleza descuidada y sin artificios y las rudas palabras con las que me mostraba un cariño que nunca llegó a convertirse en amor. Manteníamos vínculos coincidentes. Nuestras familias fueros ciegas y sordas a nuestros anhelos de juventud y no supieron nunca aceptar la natural mudanza que deja atrás la infancia de los hijos y da paso a nuevos horizontes y perspectivas. Perder el control sobre nuestras decisiones fue insoportable para sus frustradas ambiciones y ambos nos vimos obligados a volar del nido antes de que el raciocinio madurase y tutelase correctamente nuestras decisiones. Los cambios fueron bruscos. De la noche a la mañana reemplazamos a Walt Disney por Sam Peckinpah, el Cola Cao por gin tonics y nos tuvimos que buscar la vida con nuestras propias habilidades.


Todavía recuerdo aquellos domingos despertando a mediodía, aturdidos por los excesos de la noche anterior, resacosos, espesos, silenciosos, casi espectrales, viviendo en nuestro pequeño universo inventado en el que no existían ni ángeles ni demonios y en el que no tenía cabida una sociedad estudiadamente correcta que para nosotros era tan solo un lejano eco de algo que sabíamos que existía, pero que en absoluto nos seducía. Barcelona bullía con nuevas propuestas culturales hasta ese momento silenciadas por el puritanismo del dictador enterrado, el cine se destapaba, se hablaba de sexo sin disimulos, las mujeres emprendían por fin el largo camino hacia la liberalización social que hasta entonces les permitía poco más que convertirse en solícitas amas de casa sometidas a un esposo sustentador, y nuestros amigos gais podían comenzar a mostrarse con libertad, liberándose de la ofensiva definición de maricones.


Muchos no habíamos hablado de sexo con nuestros padres, un tema tabú del que ellos tampoco manejaban demasiada información, y aquella de la que disponían era blanda, escasamente educativa y carente de detalles ilustrativos, debido a la falta de práctica y al desconocimiento derivado de una educación franquista que tan solo les autorizaba a fornicar en una postura, con el único objetivo para el que estaba permitido el sexo y que no era otro más que el de procrear. Nuestra generación afortunadamente amplió miras más allá del misionero. Recuerdo mi primera mamada, mi primer 69, mi primer trío. Vivíamos sin previsiones, sin meditar decisiones, sin paracaídas, sin futuro, sin… Me conformaba con el aullido de Ginsberg denunciando a las fuerzas destructivas del capitalismo como filosofía de vida presidiendo mi particular biblioteca de títulos, capitaneada por la generación beat, autores que devoraba hinchando de inconformismo juvenil mi cerebro narcotizado de sustancias que se resistía  ferozmente a sucumbir ante el endeble y dubitativo sistema en proceso de construcción. Mi rebeldía a veces me llevaba incluso a rugir y aullar, y ahora no me atrevo ni tan siquiera a maullar. Han pasado cuarenta años de aquella transición y aunque no lo parezca, gracias al camuflaje que ofrece ese ingenioso fraude llamado democracia, continúan mandando los de siempre, respaldados por los mismos aliados de siempre.


Ella murió. La hierba ya no era suficiente para hacerle soportar su mundo y dio el fatídico salto. Era obvio que uno de los dos debía palmar para que el otro tomase conciencia del error de una vida sin límites. Hace ya mucho tiempo que sucedió, pero siempre hay quien deja un hueco en el corazón que nunca vuelve a llenarse; un hueco en el que se instalan la añoranza y la nostalgia; el óxido de reminiscencias de un pasado desinhibido, de cuerpos jóvenes que todo lo resisten, de cerebros inmaduros que se comen el mundo con sus ideas transgresoras hasta que el mundo se los come a ellos. No quiso escuchar mis peticiones primero y mis súplicas después para que abandonase su infausto camino sin retorno, pero siempre fue fiel a sus principios y nunca dejó que nadie interviniese en sus decisiones; fuesen las que fuesen, jamás cedió a nadie el control del más mínimo fragmento de su vida. Por lo único que luchó fue para lograr convencerme de que yo no me sintiese culpable de su trágico final.


Al salir del funeral me sentí solo y vacío. Vagué cabizbajo ajeno al mundo que me rodeaba. Caminé hasta la madrugada, recorriendo taciturno las mismas calles sucias que frecuentábamos en busca de diversión, mientras la policía olfateaba entre la chusma desde sus coches patrulla. Mi mente hervía llena de imágenes desordenadas y recuerdos mal hilvanados; fotogramas de familiares, amigos, sus risas, las mías, sus orgasmos, los míos, cuando me pedía opinión sobre su bisutería, cuando me la daba sobre mis dibujos, los libros que leíamos y nuestras opiniones sobre ellos, Bukowski, Ginsberg, Burroughs…, los discos de Dylan, The Doors, Queen, los Stones…, aquellas posturas imposibles en la cama, en el sofá, en…, su decadencia, sus últimos días, el momento en el que con todos aquellos tubos adheridos con esparadrapo a su cuerpo me hizo jurar que no avisaría de su muerte a su familia.


Cuando me harté de peregrinar a ninguna parte regresé a casa. Con lágrimas en los ojos dudé durante unos interminables minutos antes de reunir el valor suficiente para encajar la llave en la cerradura. Al abrir la puerta sentí el frío bofetón del vacío total. Nada me apetecía. Aquellos adorados libros y venerados discos parecían querer alejarse de mí. Finalmente fui capaz de coger un libro y comenzar a leerlo de nuevo. Era el Aullido de Ginsberg, su obra favorita. Estuve una semana entera encerrado en casa, casi sin comer ni dormir, sin atender llamadas, con la única compañía de su recuerdo y la de nuestros libros favoritos, releyéndolos una y otra vez, intentando encontrar respuestas en ellos, escuchando una y otra vez el disco Blonde on Blonde de Dylan que ella me había regalado la última Navidad, hasta que me di cuenta de lo absurdo que era dejarse llevar por semejante locura, momento que coincidió cuando la nevera se vació del todo y se terminaron las cervezas. Me abandoné en los brazos del curador paso del tiempo hasta que este me ofreció la oportunidad de comenzar una nueva vida junto a una maravillosa mujer que todavía hoy, 30 años después, por alguno de esos extraños e inexplicables fenómenos de la naturaleza continúa soportándome.


A veces en mis sueños todavía me despojo de la coraza de modélico padre de familia y regreso de vuelta al mundo canalla del que tanto disfrutaba, vuelvo a la hiperactividad de esa juventud de sueños extravagantes y alocados de un joven sin estudios, sueños imposibles para ser llevados a cabo por alguien sin recursos ni habilidades, pero que con el ímpetu propio de la edad me veía en condiciones de intentarlo, por si de alguna manera se producía el milagro. En esa recreación ilusoria ella continúa mostrándose tan real como 35 años atrás, pero en absoluto accesible. A pesar de tratarse de un sueño yo me veo como en la actualidad, y ella me ve a mi más como a un padre que como al amante que fui. El subconsciente a veces juega estas malas pasadas. En la actualidad todavía me pregunto qué habría sido de nosotros de no haber fallecido, si seguiríamos juntos, a que nos dedicaríamos, cómo habría sido nuestro hijo, ya que las analíticas que le hicieron al ingresar en el hospital revelaron que estaba embarazada.


Esto lo estoy escribiendo porque ella no está pero sigue viva en mi recuerdo, muchos años después, cuando mi narcótico es Internet, las noches son para dormir, solo soy un fumador pasivo y el alcohol queda reservado para las fiestas familiares. Me he convertido ya en un hombre maduro que escribe camuflado bajo un ridículo pseudónimo, tal vez porque pretenda escapar de un verdadero yo que no me gusta, del acontecer vital de un tipo insatisfecho con lo hecho durante su vida y con lo que sigue haciendo, pero feliz por tener una familia construida a base de amor, único aliciente para continuar intentándolo, para seguir adelante, para dejar atrás ese pasado del que solo quedan recuerdos y viejos libros palideciendo en los estantes, aunque siempre con la sensación de no haber sido capaz de pasar página definitivamente. En ocasiones creo que solo por mi mujer y mi hija mantengo todavía la cordura. De vez en cuando me gusta escribir sobre mí mismo, porque tal y como dijo Gingsberg: “Es cierto que escribo sobre mí mismo pero ¿A qué otro conozco mejor?”


Es ahora cuando me doy cuenta de que a lo largo de mi vida la suerte me ha sonreído más de lo que yo pensaba. No me importa cumplir años. No estamos aquí para ser eternos. La edad tan solo es para mí un concepto que conforme avanza va acortando mi vida, conduciéndome irremediablemente hacia el fin del cuerpo físico. Tal vez por eso escribo, para dejar algo mío cuando llegue el momento de dar el paso. De momento sigo adelante, más arrugado, menos ágil, más cegato, menos fuerte, viendo solo cenizas en lo que antaño parecía arder, sosteniendo entre mis manos, sobre las que ya comienzan a aflorar esas feas manchas parduzcas, las páginas amarillentas del poemario “Aullido y otros poemas” que me acompaña desde hace más de tres décadas, una obra de arte que reflejó la realidad de muchos estadounidenses, habitantes de un país que se recuperaba de las guerras, hábilmente escrito por Allen Ginsberg y que el súbito recuerdo de ella, de su ímpetu, de su fresca juventud, me ha hecho volver a releer por enésima vez. En cada nueva relectura me veo más viejo, gordo y feo y con más graduación en mis gafas de lectura, pero sus páginas siempre consiguen resucitar mi espíritu más rebelde, trasladándome en cada estrofa hasta mi cada vez más lejana juventud envuelto en versos poderosos, necesarios para ahogar en los recuerdos mi propio aullido.


  


 


 


 


 


 


 


 


 

domingo, 24 de septiembre de 2017

SOLO PARA SOÑADORES




Dream On - Aerosmith.

SI TE APETECE PUEDES ESCUCHAR LA CANCIÓN MIENTRAS LEES.

 
 
SOLO PARA SOÑADORES.
 
La mayoría avanzamos erróneamente
sobre la senda de nuestros días
de trayecto en dirección al sepulcro.
Me exploro, y exploro también
a los que me rodean.
En una gran ciudad
como en la que vivo
hay muchos a los que observar.
Y veo a tanta gente carente de brillantez,
meros comparsas sobre el asfalto
sin saber qué hacer con sus vidas,
sin saber aprovechar
la época que les ha tocado vivir,
sin saber…
Extraña sociedad.
Mientras unos tiran comida a la basura
otros rebuscan entre la basura
algo que poder comer,
mientras unos sueñan,
otros olvidan sus sueños
e ignoran los del resto,
al mismo tiempo
que guerras y muerte
siguen escribiendo
la historia de la humanidad.
Muchos piensan que solo sus problemas
(que a veces no lo son)
son los únicos importantes,
y acuden a los bares
para divulgar sus burradas
ante una audiencia igual de insensata.
Las noticias nos hablan
de muertes en cruentas guerras
donde mueren los que no importan,
muertes por ajustes de cuentas,
muertes pasionales,
muertes por capricho,
muertes, muertes y más muertes…
Las garras de los poderosos
siempre oprimiendo a los más débiles,
que debaten como pueden su fragilidad
ante esa trampa llamada libertad,
ideada por el poder 
para seguir delinquiendo
en su ficticia vida de fingimiento
como supuestos defensores
de la paz y la justicia,
exhibida solo para maquillar
su corrupta podredumbre .
Mi vecino se compra un coche
que no puede mantener,
mi cuñada engorda sus tetas,
el encargado de la fábrica
no conoce ni su barrio
y se va a conocer Tailandia,
y nos compramos televisores
que son como nuestros cerebros:
cada vez más planos.
Pero somos así: ganado consumista;
estoy seguro que a Marco Antonio
le hubiese gustado tener un teléfono
para enviarle watshaps  guarros a Cleopatra.
Los padres conceden caprichos
a sus malcriados hijos,
convirtiéndolos en superfluos seres
que cuando deben saltar
al ruedo de la vida
por sus propios medios
no saben ni como sujetar el capote
que les permitirá cumplir sus sueños.
Muchas veces
me parece ver solo muertos
que intentan vivir una vida inanimada,
y voy y llego yo
pretendiendo no desperdiciar la mía,
y tengo la ocurrencia
de decir que quiero ayudar
a los que tienen un sueño,
que deseo dar algo de mí
a quien lo necesita,
que intento aportar
algo positivo a esta sociedad
con mi anónima existencia,
y algunos se ríen de mí,
otros me ignoran,
o me desdeñan,
o me miran como a un bicho raro.
No está mal ser un tipo
al que nadie tiene en cuenta;
puedes hacer cosas
sin necesidad de ponerles más precio
que el pago que recibe el corazón.
La Tierra no es el mejor planeta para el ser humano.
Pero es lo que conlleva el ser un soñador:
convertirse en un iluso
al que la mayoría trata con indiferencia.
Y veo esos sueños en la calle,
en rostros que se estrellan
contra las barreras del mundo;
veo sueños en esas miradas,
a veces iluminadas,
a veces tristes;
veo sueños en el espejo de mi baño
en un rostro cada vez más viejo y cansado.
Pero como dijo el gran Bukowski:
“El soñador es quien mejor interpreta la naturaleza del sueño”.
Por lo que seguiré fiel a mis principios.
Ni quiero ni busco que ningún ángel
pronuncie mi nombre,
ni que ninguna paloma blanca
se pose en mi mano,
tenderla al que me la pida
es lo que pretendo,
y que alguien la acepte
es mi única aspiración.
Al Segar.