MI LIBRERÍA.
(Dedicado a la librería Les Hores, de Sant Boi de Llobregat)
Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas de
inefable y deliciosa compañía.
John Fitzgerald Kennedy
¡Hmmmm! Echaba en falta
poder disfrutar cerca de casa de este seductor aroma. Saboreo el característico
olor a negocio recién estrenado combinado con el de colmados muros de libros
llegados en embalajes recién desprecintados con la cola todavía fresca en sus
lomos uniendo en perfecta armonía páginas repletas de cientos, miles de palabras
que adecuadamente ordenadas convierten en placentera lectura un sinfín de
relatos ideados por sus respectivos autores, con el objetivo de ilustrarnos,
emocionarnos, divertirnos o simplemente conseguir que fantaseemos con
inexistentes universos en donde todo es posible, gracias a su ilimitada
imaginación.
Al entrar por primera vez
en la recién inaugurada librería Les
Hores, me impactó el variado y cromático colorido de su decoración,
combinado en perfecta simbiosis con el producto a vender haciendo que uno se
sienta a gusto dejándose llevar por entre sus estanterías y expositores. <<Una librería debe tener este
color>>, pensé. Se trata de un local diáfano, donde todo su contenido
está al alcance de la vista.
La improvisación ante la
novedad hace que a uno le invadan el desconcierto y la desubicación << ¿Por dónde empezar?>> Por
lo sencillo dirigiéndome hasta la amplia mesa donde reposan las novedades más
comerciales, o bien me sitúo frente a una de las estanterías escogida al azar
poniendo cara de interesarme por algún título de algún género especializado que
realmente no me interese en absoluto.
Consigo un primer logro.
Coronando la estantería de una nutrida columna de libros descubro la categoría
bajo la que se engloban: “Narrativa”. Sigo la parte superior con la mirada y
descubro el resto de géneros: “Poesía, Ciencia Ficción, Juvenil…”
De reojo, al fondo del
local, descubro asomando las gafas por encima del mostrador al expectante
librero, un tipo de mediana edad. Siempre me ha incomodado sentirme observado,
escudriñado como una presa acechada, más aun cuando me desenvuelvo con la
torpeza y la confusión reflejadas en los delatores movimientos propios de no
tener claro lo que se busca. He entrado allí por mi amor a las letras y estoy
solo, bueno, acompañado del librero-centinela. Si por lo menos hubiese más
clientes que me sirviesen de escudo no me sentiría tan vigilado, tan
vulnerable. Como pretendiendo camuflarme a su campo de visión me sumerjo en un
rincón con abundante material: libros gruesos y delgados, de tapa dura o
blanda, con o sin solapa…Con fingida expresión de versado lector, comienzo a
voltear un expositor colmado de libros de bolsillo con la esperanza de hallar
uno que reclame mi atención y me sirva para acercarme hasta el mostrador, pagar
y largarme de allí cuanto antes.
Al fin, a mi espalda,
escucho una reconfortante frase; escueta, pero esperanzadora:
-¿Puedo ayudarte? –sondea
el librero que se ha acercado abandonando su refugio.
Se adivina en su
entonación la dedicación y la profesionalidad, evidenciada en el mimo con el
que se ordenan los libros que reposan sobre los estantes; porque una librería
debe ser en realidad un negocio destinado a dar vida a las letras y un librero
no debe ser simplemente alguien que rellene de nuevos tomos los espacios que
vayan quedando libres en los anaqueles; un librero debe ser ese amigo que te
aconseje que leer, ese profesional con un punto de psicólogo que consiga que
cada personalidad, cada ego, o cada estilo, modo o manera de vivir la vida de
los clientes que se acerquen hasta su negocio encuentren su personal referencia
escrita en su local.
Y Sergi, que es como se
llama el librero, esto lo tiene muy claro; es lo que se dice: un auténtico
profesional de las letras.
Tras las pertinentes
presentaciones, le expongo mis preferencias lectoras y pronto tengo entre mis
manos diversos volúmenes que comienzo a hojear.
Cuando surge la
complicidad le dejo caer tímidamente una frase:
-También me gusta
escribir –le confieso con cierto rubor.
Se interesa por mi
trabajo y le muestro un texto que ocultaba disimuladamente en una carpeta. Son
unas cuantas páginas del libro que estoy terminando de escribir.
-¿Aceptas consejos? –me
pregunta.
-Por supuesto –respondo
entusiasmado.
-Déjamelo durante unos
días para que le eche un vistazo y quedamos más adelante para charlar un rato.
Y vaya si lo hicimos.
Días después me llamó y acudí rápidamente. Durante más de dos horas repletas de
buenos consejos, engalanados con la sabiduría que aporta una vida dedicada a
las letras. Con su voz pausada y una actitud receptiva, me ofreció
desinteresadamente sus acertadas recomendaciones después de informarme que es
filólogo.
-Escribes bien –me dijo-,
pero debes cuidar ciertos detalles.
Escuché atentamente sus
consejos con intención de aplicarlos a mis escritos. Le confesé que adoro
escribir y que deseo perfeccionar mi técnica, a lo que Sergi me respondió que
la mejor escuela para conseguirlo estriba en leer mucho a buenos autores, que
no siempre son los más mediáticos.
Salí de Les Hores reconfortado y reforzado,
aspirando a ser capaz algún día de escribir con la misma claridad de ideas con
la que Sergi se expresa.
Deliciosa compañia es tener en las manos un libro, el cual nos deleite con sus palabras.
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